Siendo yo pequeño fui de la mano de mi padre al hoy por hoy desaparecido cine Don Quijote para ver una película de las del estilo de Superman (versión con Christopher Reeve) y Spiderman (versión con Nicholas Hammond). Si la memoria no me falla, Batman (con Adam West en el papel del enmascarado héroe de Gotham) se produjo antes que el Superman con Reeve y el Spiderman con Hammond, aunque en nuestro país se estrenó a posteriori, en vista del éxito cosechado por la obra maestra de Richard Donner (Superman). Pero, como digo, puede ser que mi caótica mente recuerde el pasado de distinta manera. Sea como sea, sí que es cierto que, en aquel entonces, ir a ver una película basada en un personaje de tebeo resultaba algo tremendamente divertido. Superman, Spiderman y Batman eran tres películas de acción, sin más pretensión que entretener, aunque, hoy por hoy, la calidad del film de Richard Donner sea superior a la de los productos televisivos que adaptaban los personajes creados por Stan Lee y Bob Kane respectivamente. También me produjeron un gozo enorme el Supersonic Man de Juan Piquer Simón o incluso una extraña película, alquilada en un videoclub y en sistema Betamax, titulada El hombre leopardo (no el clásico de Tourneur, por supuesto). Todas aquellas películas, setenteras, no ambicionaban arrancar los elogios de la crítica sino distraer a las familias (sí, eran películas para todos los públicos). Algunas de ellas, no obstante, han pasado a la Historia del Cine como clásicos incontestables (las dos primeras entregas de Superman, por ejemplo), mientras que otras forman parte de ese maravilloso mundo de las películas de culto (¿alguien se acuerda de La masa, un hombre increíble, estrenada en nuestro también extinto cine Coliseo?).
Pero los tiempos cambian, y el cómic decidió dar una patina sombría a su personajística heroica. Al parecer, no era suficiente que Conan o las fantasías surgidas de la pluma de Bernie Wrightson, Richard Corben o nuestros Abulí y Bernet (y tantos otros) oscurecieran el brillante universo intrascendente de la historieta gráfica. Tenían que llegar Alan Moore y Dave Gibbons con su celebrado Watchmen, al parecer, uno de los títulos seminales de la tendencia, a la que se sumó el bueno de Batman, separándose de las directrices marcadas por Bob Kane. La película de Tim Burton, de finales de los 80, popularizó al personaje mucho más de lo que ya era y, muchos, quedamos admirados por su estética gótica, aplaudiendo la siniestralidad de una propuesta que, en aquel entonces, se degustaba reverso tenebroso del Superman de Donner. La película de Burton hizo además que los propietarios de las tiendas de cómic alegraran sus rostros, pues muchos chavales gastamos nuestras propinas en adquirir ejemplares de La broma asesina, The cult, El señor de la noche o incluso Batman contra depredador. Batman ya no era aquel tipo bonachón que se calzaba unos leotardos morados y una azulona máscara con capa y se liaba a mamporros contra el mal ayudado por su inseparable Robin y un buen montón de curiosos artefactos que, sin duda, hubieran despertado las envidias de James Bond. Ahora Batman lucía un aspecto demoniaco; su traje negro, lejos de la tela flexible ajustada, era una armadura que ya hubiera deseado para sí algún gurú de misa negra. Además, el antaño aventurero era ahora justiciero de la noche y antihéroe, a la par que sospechoso de esquizofrénico, paranoico y psicótico. ¡Ahí es nada! En el fondo, el Joker y el Pingüino estaban encantados, pues su eterno perseguidor era, más bien, compañero de fatigas (recuérdese el magistral final de La broma asesina).
No obstante, la película de Burton no incidía tanto en los aspectos más sombríos del personaje, más bien los insinuaba y permitía que la acción cinematográfica primara sobre aspectos psicológicos más propios de ensayo de Jung que de superproducción. El Batman de Burton optaba por un inteligente término medio que permitía desplegar sin problemas la impactante puesta en escena del genial artista. La inolvidable banda sonora de Danny Elfman y la magistral interpretación de Jack Nicholson eran aciertos que contribuían a hacer de la propuesta un título a retener, si bien, el paso de los años parece no haberlo beneficiado tanto como al Superman de Donner. Así las cosas, Christopher Nolan, quien comenzó su carrera tratando de obtener el calificativo de autor con Memento (aunque tiene en su anterior haber el interesantísimo mediometraje titulado Following) pareció reparar en el hecho de que, pasados algunos años no ya de las dos propuestas burtonianas sino incluso de los festivales multicolores (no tan desdeñables, por cierto) servidos por Joel Schumacher en Batman forever y Batman y Robin, era pertinente abordar de nuevo la creación de Bob Kane.
Christopher Nolan es un director que, a mi entender, se ha debatido siempre entre el cine de autor y el gran producto hecho para el gran público, un equilibrista que ha firmado películas magníficas como Insomnia o The prestige, y películas interesantes como su ya citada ópera prima y sus dos incursiones en los inhóspitos terrenos de Gotham City: Batman begins y El caballero oscuro. Lo que me sorprende es el hecho de que ésta última haya sido recibida por buena parte de la crítica como una obra maestra. De El caballero oscuro he leído opiniones de tal envergadura que reconozco que fui a verla con la saliva asomando a la comisura de mis labios. Y la película me gustó, aunque no tanto como para alzarla a los altares de la excelencia.
¿Qué me gustó?
1) El tratamiento que se le ha dado al personaje del Joker, impactante villano del que, en esta ocasión, no es necesario explicar minuciosamente sus orígenes. Viendo a Heath Ledger uno se olvida de la fantástica recreación de Jack Nicholson para la película de Tim Burton. Su Joker es tan válido y, a la par, distinto que aquél. Cada vez que Nolan decide montar una de sus secuencias, Ledger se convierte en el rey de la función y la película adquiere una inusual fuerza, sin la cual, posiblemente, hubiera hecho aguas. Las escenas del Joker son las más ingeniosas y mejor escritas de El caballero oscuro (repárese en la escena del interrogatorio), así las cosas, la secuencia del truco de magia y el lápiz siempre será recordada.
2) La aparición de Dos Caras. No me lo esperaba y me pareció uno de los más hábiles recursos del guión. Su aspecto siniestro me impactó tanto como el del Joker, un sorprendente detalle propio de película de George Romero que desvelará a más de un despistado niño.
3) La cantidad de actorazos, que siempre resultan gratos de ver, como Michael Caine, Morgan Freeman, Gary Oldman, Cillian Murphy o el mismo Christian Bale y que, lógicamente, aportan su granito de arena y mejoran ostensiblemente algunos de los pesarosos diálogos e incluso monólogos (repárese en el horroroso cierre de la película) de los que hace gala El caballero oscuro.
4) El aspecto estético, ya creado en Batman Begins, que se aparta de la película de Burton, siendo mucho más urbano y verosímil, aunque algunos momentos recuerden la Misión imposible de J.J. Abrams o los videojuegos de Metal Gear Solid.
5) La banda sonora, otro de los grandes aciertos (ya presente, y con similar uso, en la película precedente), con tanta personalidad como el magistral “score” compuesto por Elfman para las películas de Burton y que acompaña, al igual que como he dicho ya ocurría en Batman begins, todo el metraje, marcando su pausado ritmo y envolviendo la película en una atmósfera tan perturbadora como los sombríos recovecos en los que moran los vampiros.
¿Qué es lo que no me gustó?
1) La pretenciosidad y el exceso de ser una película que se toma a sí misma demasiado en serio. Todo esto quedaba mucho mejor disimulado en las películas de Tim Burton e incluso en Batman begins. Nolan es un autor que pretende agradar al gran público sin renunciar a sus ínfulas de artista, por lo que no consigue una película de plena distracción. Con El caballero oscuro parece haber perdido el equilibrio del que hacía gala en propuestas mucho más logradas como The prestige (a mi entender, su mejor película).
2) El guión resulta confuso y algunas escenas de acción son, cuan al menos, sonrojantes (obsérvese la escena en el aparcamiento, al comienzo de la película), mientras que otras están bastante bien resultas (aunque, a estas alturas…).
3) Parece que Nolan haya olvidado que el material del que parte es un cómic, sus intentos por trascender y servir algo que vaya más haya de lo superficial resultan redundantes y pesarosos; los discursos acerca de la ética, la ley, la enfermedadm la luz y la oscuridad son tan estériles como innecesarios. Mucho más jugosos y fructíferos eran los de algunas célebres historietas gráficas. En este sentido, Burton fue mucho más inteligente, la pincelada siempre es más elegante que el brochazo.
Creo que hubiera sido preferible que Nolan hubiera elaborado mejor algunas escenas de acción, que hubiera optado por una trama más simple y maniquea y que hubiera aligerado todavía más la duración de la película (y eso que, juiciosamente, la Warner obligó a Nolan a cortar media hora).
En resumidas cuentas, una buena película, pero no la genial obra maestra que esperaba (he llegado a leer que es una de las mejores películas de la década y la mejor película de “superhéroes” de todos los tiempos). A mi entender, estamos ante un título irregular, con aciertos sorprendentes, que pasará a formar parte de mi videoteca, pero en una estantería inferior a la que acoge las dos películas de Tim Burton y, por supuesto, muy por debajo de la del Superman de Richard Donner. ¿Quizás junto al Batman con Adam West?