miércoles, 7 de enero de 2009

La metamorfosis

Cambio la ubicación de este blog. Cambio su nombre aunque tan solo ligeramente sus contenidos. Metamorfosis. Mi colaboración en Onda Cero Teruel (en el carpetovetónico espacio conocido como El Freaknéfilo) me ha llevado a abrir un nuevo blog, que va a ser actualizado asiduamente (éste ya nació, de manera experimental, en vía muerta) y publicitado radiofónicamente.

Lo dicho, que me embarco en nueva aventura y emplazo a quienes se molesten en leer estas líneas a que sigan haciéndolo en la siguiente dirección: www.ondacerocine.blogspot.com Y, evidentemente, a todos nuestros oyentes.

¡Saludos, amigos!

martes, 11 de noviembre de 2008

Los vagos


Ayer padecí uno de esos maravillosos momentos en los que uno se sabe perteneciente a esa especie, tan habitual en nuestro planeta, que son los vagos. Por ética profesional, uno debe dar la sensación de ser trabajador y, sin embargo, ayer, ante mi alumnado, mientras trataba de enseñar en qué consiste esto del "blog" (pues cambian los tiempos y los temarios), descubrí gozoso que no actualizaba El Cubil del Freak desde tiempos remotos. Tengo a bien alabar la vagancia en este nuevo articulillo dado que, por fortuna, pertenecemos a esa parte de la sociedad que puede estar ociosa, sintiéndose falsamente culpable del placer de no hacer nada o de dedicarse a cosas tan sumamente interesantes como jugar a la Play (en mi caso la Xbox 360) o comer castañas en una nublada y fría tarde de noviembre.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La novela pisciresca


¿Qué es eso de la novela pisciresca? Nada más sencillo que aquella novela picaresca adquirida en un lugar tan inusual para comprar literatura como una piscina.

Desde que por vez primera leí el Lazarillo de Tormes, que hoy por hoy es una de mis novelas favoritas, tengo una tremenda curiosidad, más bien devoción, por ese género que surge en el XVI gracias al susodicho clásico si bien se consolida debido a otros títulos como el monumental Guzmán de Alfarache, el Guitón Onofre, el Estebanillo González o el excelso Buscón quevedesco. Encontrar ediciones de las menos conocidas de las novelas de este género puede resultar tarea ardua, pero todos sabemos que la liebre siempre salta en los momentos más inesperados. Así las cosas, me llevé tremenda alegría cuando hallé, en una bibloteca de un lejano pueblo, con un ejemplar de la segunda parte del Lazarillo (evidentemente, no pude comprarla) o cuando me topé (y sí que pude comprarla) con una edición facsímil, en una librería de ejemplares de ocasión, de La hija de Celestina de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Pero, lo más inusual es lo que me ocurrió hace pocos días en una piscina de cuyo nombre no quiero acordarme.

La pícara Justina, novela del siglo XVII escrita por Francisco López de Úbeda, tardé mucho tiempo en leerla, pues resultaba difícil de adquirir, dado que, desde hacía años, no se había reeditado. Finalmente, pude satisfacer mi curiosidad gracias a un ejemplar algo deteriorado que tomé prestado de los fondos de la Biblioteca de Aragón. Pero hete aquí que, mientras disfrutaba hace pocas semanas de un día piscinesco, me dio por curiosear en un extraño cajón en donde se vendían libros de ocasión a muy muy muy bajo precio (esto es más raro que vender aspirinas en una carnicería y chuletas en la farmacia). Al parecer, se estaba expurgando la biblioteca de la piscina y, entre algunas de las joyas que quizás ya nadie lea, zas, ejemplar intacto de La pícara Justina que rápidamente compré. ¡Increíble!

domingo, 17 de agosto de 2008

Frontiere(s)


Hay palabras evocadoras. ¿Qué sería del ritual mágico sin la fuerza del término apropiado? Desde el más inocente espectáculo de ilusionismo hasta la más solemne liturgia religiosa necesitan de ese aliado maravilloso que es la palabra. Quizás movido por este principio me dispuse a ver el otro día una inédita película francesa bautizada en su lengua original como Frontiere(s). Imagino que la traducción de Frontiere(s) es Frontera, y desconozco el motivo por el que esa “s”, que supongo forma su plural, aparece entre paréntesis. Pero el título me atraía.

Me gustan las fronteras, pues a lo largo de nuestra vida siempre estamos atisbando las mismas, y traspasándolas… o no. Pero toda frontera parece unida a ese algo excitante de lo desconocido, de lo que hay más allá. Las fronteras parecen advertirnos de que no vayamos más allá, de que nos detengamos y, a la par, son como una irresistible invitación a descubrir lo que hay tras ellas. A lo largo de la vida, podemos quedarnos quietos, en el mismo lugar, esperando el final, o arriesgarnos a cruzar las fronteras. Toda buena película, como metáfora del intenso existir, como obra de arte inconformista, debe llevarnos al otro lado de la frontera y, en este sentido, funciona la excelente película de Xavier Gens, impactante título no apto para todos los públicos que nos sumerge en los abismos delirantes de lo abyecto, nos pasea por la cara oscura de esa cotidianeidad que tanto nos aterra abandonar, pues nos asusta aprender, conocer, vivir… Cruzar esas fronteras que nos rodean.

sábado, 16 de agosto de 2008

El caballero oscuro


Siendo yo pequeño fui de la mano de mi padre al hoy por hoy desaparecido cine Don Quijote para ver una película de las del estilo de Superman (versión con Christopher Reeve) y Spiderman (versión con Nicholas Hammond). Si la memoria no me falla, Batman (con Adam West en el papel del enmascarado héroe de Gotham) se produjo antes que el Superman con Reeve y el Spiderman con Hammond, aunque en nuestro país se estrenó a posteriori, en vista del éxito cosechado por la obra maestra de Richard Donner (Superman). Pero, como digo, puede ser que mi caótica mente recuerde el pasado de distinta manera. Sea como sea, sí que es cierto que, en aquel entonces, ir a ver una película basada en un personaje de tebeo resultaba algo tremendamente divertido. Superman, Spiderman y Batman eran tres películas de acción, sin más pretensión que entretener, aunque, hoy por hoy, la calidad del film de Richard Donner sea superior a la de los productos televisivos que adaptaban los personajes creados por Stan Lee y Bob Kane respectivamente. También me produjeron un gozo enorme el Supersonic Man de Juan Piquer Simón o incluso una extraña película, alquilada en un videoclub y en sistema Betamax, titulada El hombre leopardo (no el clásico de Tourneur, por supuesto). Todas aquellas películas, setenteras, no ambicionaban arrancar los elogios de la crítica sino distraer a las familias (sí, eran películas para todos los públicos). Algunas de ellas, no obstante, han pasado a la Historia del Cine como clásicos incontestables (las dos primeras entregas de Superman, por ejemplo), mientras que otras forman parte de ese maravilloso mundo de las películas de culto (¿alguien se acuerda de La masa, un hombre increíble, estrenada en nuestro también extinto cine Coliseo?).

Pero los tiempos cambian, y el cómic decidió dar una patina sombría a su personajística heroica. Al parecer, no era suficiente que Conan o las fantasías surgidas de la pluma de Bernie Wrightson, Richard Corben o nuestros Abulí y Bernet (y tantos otros) oscurecieran el brillante universo intrascendente de la historieta gráfica. Tenían que llegar Alan Moore y Dave Gibbons con su celebrado Watchmen, al parecer, uno de los títulos seminales de la tendencia, a la que se sumó el bueno de Batman, separándose de las directrices marcadas por Bob Kane. La película de Tim Burton, de finales de los 80, popularizó al personaje mucho más de lo que ya era y, muchos, quedamos admirados por su estética gótica, aplaudiendo la siniestralidad de una propuesta que, en aquel entonces, se degustaba reverso tenebroso del Superman de Donner. La película de Burton hizo además que los propietarios de las tiendas de cómic alegraran sus rostros, pues muchos chavales gastamos nuestras propinas en adquirir ejemplares de La broma asesina, The cult, El señor de la noche o incluso Batman contra depredador. Batman ya no era aquel tipo bonachón que se calzaba unos leotardos morados y una azulona máscara con capa y se liaba a mamporros contra el mal ayudado por su inseparable Robin y un buen montón de curiosos artefactos que, sin duda, hubieran despertado las envidias de James Bond. Ahora Batman lucía un aspecto demoniaco; su traje negro, lejos de la tela flexible ajustada, era una armadura que ya hubiera deseado para sí algún gurú de misa negra. Además, el antaño aventurero era ahora justiciero de la noche y antihéroe, a la par que sospechoso de esquizofrénico, paranoico y psicótico. ¡Ahí es nada! En el fondo, el Joker y el Pingüino estaban encantados, pues su eterno perseguidor era, más bien, compañero de fatigas (recuérdese el magistral final de La broma asesina).

No obstante, la película de Burton no incidía tanto en los aspectos más sombríos del personaje, más bien los insinuaba y permitía que la acción cinematográfica primara sobre aspectos psicológicos más propios de ensayo de Jung que de superproducción. El Batman de Burton optaba por un inteligente término medio que permitía desplegar sin problemas la impactante puesta en escena del genial artista. La inolvidable banda sonora de Danny Elfman y la magistral interpretación de Jack Nicholson eran aciertos que contribuían a hacer de la propuesta un título a retener, si bien, el paso de los años parece no haberlo beneficiado tanto como al Superman de Donner. Así las cosas, Christopher Nolan, quien comenzó su carrera tratando de obtener el calificativo de autor con Memento (aunque tiene en su anterior haber el interesantísimo mediometraje titulado Following) pareció reparar en el hecho de que, pasados algunos años no ya de las dos propuestas burtonianas sino incluso de los festivales multicolores (no tan desdeñables, por cierto) servidos por Joel Schumacher en Batman forever y Batman y Robin, era pertinente abordar de nuevo la creación de Bob Kane.

Christopher Nolan es un director que, a mi entender, se ha debatido siempre entre el cine de autor y el gran producto hecho para el gran público, un equilibrista que ha firmado películas magníficas como Insomnia o The prestige, y películas interesantes como su ya citada ópera prima y sus dos incursiones en los inhóspitos terrenos de Gotham City: Batman begins y El caballero oscuro. Lo que me sorprende es el hecho de que ésta última haya sido recibida por buena parte de la crítica como una obra maestra. De El caballero oscuro he leído opiniones de tal envergadura que reconozco que fui a verla con la saliva asomando a la comisura de mis labios. Y la película me gustó, aunque no tanto como para alzarla a los altares de la excelencia.

¿Qué me gustó?

1) El tratamiento que se le ha dado al personaje del Joker, impactante villano del que, en esta ocasión, no es necesario explicar minuciosamente sus orígenes. Viendo a Heath Ledger uno se olvida de la fantástica recreación de Jack Nicholson para la película de Tim Burton. Su Joker es tan válido y, a la par, distinto que aquél. Cada vez que Nolan decide montar una de sus secuencias, Ledger se convierte en el rey de la función y la película adquiere una inusual fuerza, sin la cual, posiblemente, hubiera hecho aguas. Las escenas del Joker son las más ingeniosas y mejor escritas de El caballero oscuro (repárese en la escena del interrogatorio), así las cosas, la secuencia del truco de magia y el lápiz siempre será recordada.

2) La aparición de Dos Caras. No me lo esperaba y me pareció uno de los más hábiles recursos del guión. Su aspecto siniestro me impactó tanto como el del Joker, un sorprendente detalle propio de película de George Romero que desvelará a más de un despistado niño.

3) La cantidad de actorazos, que siempre resultan gratos de ver, como Michael Caine, Morgan Freeman, Gary Oldman, Cillian Murphy o el mismo Christian Bale y que, lógicamente, aportan su granito de arena y mejoran ostensiblemente algunos de los pesarosos diálogos e incluso monólogos (repárese en el horroroso cierre de la película) de los que hace gala El caballero oscuro.

4) El aspecto estético, ya creado en Batman Begins, que se aparta de la película de Burton, siendo mucho más urbano y verosímil, aunque algunos momentos recuerden la Misión imposible de J.J. Abrams o los videojuegos de Metal Gear Solid.

5) La banda sonora, otro de los grandes aciertos (ya presente, y con similar uso, en la película precedente), con tanta personalidad como el magistral “score” compuesto por Elfman para las películas de Burton y que acompaña, al igual que como he dicho ya ocurría en Batman begins, todo el metraje, marcando su pausado ritmo y envolviendo la película en una atmósfera tan perturbadora como los sombríos recovecos en los que moran los vampiros.

¿Qué es lo que no me gustó?

1) La pretenciosidad y el exceso de ser una película que se toma a sí misma demasiado en serio. Todo esto quedaba mucho mejor disimulado en las películas de Tim Burton e incluso en Batman begins. Nolan es un autor que pretende agradar al gran público sin renunciar a sus ínfulas de artista, por lo que no consigue una película de plena distracción. Con El caballero oscuro parece haber perdido el equilibrio del que hacía gala en propuestas mucho más logradas como The prestige (a mi entender, su mejor película).


2) El guión resulta confuso y algunas escenas de acción son, cuan al menos, sonrojantes (obsérvese la escena en el aparcamiento, al comienzo de la película), mientras que otras están bastante bien resultas (aunque, a estas alturas…).

3) Parece que Nolan haya olvidado que el material del que parte es un cómic, sus intentos por trascender y servir algo que vaya más haya de lo superficial resultan redundantes y pesarosos; los discursos acerca de la ética, la ley, la enfermedadm la luz y la oscuridad son tan estériles como innecesarios. Mucho más jugosos y fructíferos eran los de algunas célebres historietas gráficas. En este sentido, Burton fue mucho más inteligente, la pincelada siempre es más elegante que el brochazo.

Creo que hubiera sido preferible que Nolan hubiera elaborado mejor algunas escenas de acción, que hubiera optado por una trama más simple y maniquea y que hubiera aligerado todavía más la duración de la película (y eso que, juiciosamente, la Warner obligó a Nolan a cortar media hora).

En resumidas cuentas, una buena película, pero no la genial obra maestra que esperaba (he llegado a leer que es una de las mejores películas de la década y la mejor película de “superhéroes” de todos los tiempos). A mi entender, estamos ante un título irregular, con aciertos sorprendentes, que pasará a formar parte de mi videoteca, pero en una estantería inferior a la que acoge las dos películas de Tim Burton y, por supuesto, muy por debajo de la del Superman de Richard Donner. ¿Quizás junto al Batman con Adam West?

miércoles, 30 de julio de 2008

Doomsday


Doomsday me devolvió a mi niñez, cuando la cartelera se plagaba de aquellas películas italianas, que solía distribuir José Frade, que imitaban los grandes éxitos del momento y que eran anunciadas con espectaculares carteles. Películas entre las que se encuentran auténticas obras de culto como Los guerreros del Bronx, She, Los nuevos bárbaros, Nueva York bajo el terror de los zombies o Ator el poderoso. Neil Marshall, sin duda, conoce perfectamente esta tradición maravillosa a la que rinde homenaje con algo más de presupuesto (tampoco excesivo). Así las cosas, Doomsday no es una película original (ni falta que hace) sino un popurrí de lugares comunes de los diversos subgenéros que Marshall entrecruza con habilidad. Mientras disfrutaba de ella, el pasado martes, en el cine Cervantes, cada plano me recordaba a películas que todos hemos visto: desde 1997: rescate en Nueva York hasta Amanecer de los muertos pasando por Mad Max 2. Pero, insisto, la película rezuma, sobre todo, el nostálgico sabor del fantástico a la italiana que tan popular fue a finales de los setenta y principios de los 80 (y que quizás no hemos visto todos).

Es posible que Doomsday no esté a la altura de The descendt (la película anterior de Marshall), pero da la sensación de ser un proyecto abordado con gran cariño, como esos momentos en los que evocamos aquellas experiencias que nos fueron muy gratas, y que la memoria tiende a mejorar. Así las cosas, la película se antoja sucesión de bellos recuerdos cinéfilos, hermoseados a través de las técnicas cinematográficas del siglo XXI, pero, sobre todo, a través del sentido homenaje y la devoción por el fantástico.

martes, 29 de julio de 2008

Mientras la ciudad duerme


Las vacaciones estivales están plagadas de esos lánguidos momentos en los que la mayoría de españoles tienen a bien echar la siesta. No me incluyo en tan selecto grupo en tanto en cuanto no soy muy dado al dormir, prefiero más la vigilia. Así las cosas, quienes no tenemos a bien viajar al paraíso de Orfeo, hemos de ingeniárnoslas para disfrutar de esas horas mágicas en las que, quizás debido al intenso calor, el común de los mortales se entrega al sueño. La lectura es una posibilidad, pero tengo que confesar (aunque sin arrepentimiento) que, durante la vacaciones peñiscolanas, me dediqué a atormentar zombies, entre otras cosas. Qué se le va a hacer, el videojuego es una maravillosa realidad paralela que me satisface más que el amodorramiento siesteril. Mi Xbox 360 (que la Play3 todavía está muy cara) es mi fiel compañera de viaje. Debido a mi afición por los muertos vivientes decidí comprarla: Dead rising, juego exclusivo del aparatito de Microsoft, es puro George Romero, aunque en la portada del juego, por evitar demandas, insistan en el hecho de que nada tiene que ver con Dawn of the dead (ja, ja, ja). Lo de estar en un centro comercial infestado (literalmente) de cadáveres andantes con una motosierra entre las manos es una maravillosa experiencia videojueguil que recomiendo fervientemente a todos los que seáis aficionados a este tipo de inmorales pasatiempos. Personalmente, sigo quedándome con la magistral saga de Resident evil, pero Dead rising ha sido todo un descubriendo y, aunque el juego tenga mucha más antigüedad que el reciente Alone in the dark (como la mítica primera parte, ninguna), supera con creces a éste. Lo más sorprendente de Dead rising es la incontable cantidad de personajes que aparecen en pantalla al mismo tiempo. Lo de internarse en el aparcamiento del centro comercial con una moto y tener que huir a pie, acechados por cientos de criaturas infernales, es uno de esos momentos que pone de los nervios a cualquiera (y eso que yo ya estoy curtido en lo del “survival horror”).

La única pega es que el juego, a fecha de hoy, es difícil de adquirir, aunque, si lo encontráis por fortuna en alguna tienda, os costará baratillo. ¡Una reedición ya de esta pequeña obra maestra!

A Roma no me puedo llevar la Xbox 360, pero en mi maleta ya ocupa un puesto de honor la popular novela de Manuel Loureiro: Apocalipsis Z. Seguro que durante esas horas de asueto, en el frescor del hotel, mientras la ciudad duerme, los zombies del escritor gallego amenizan mi velada. Ya lo dijo Poe: “Quien sueña de día conoce cosas que desconoce quien tan solo sueña de noche”.