martes, 11 de noviembre de 2008

Los vagos


Ayer padecí uno de esos maravillosos momentos en los que uno se sabe perteneciente a esa especie, tan habitual en nuestro planeta, que son los vagos. Por ética profesional, uno debe dar la sensación de ser trabajador y, sin embargo, ayer, ante mi alumnado, mientras trataba de enseñar en qué consiste esto del "blog" (pues cambian los tiempos y los temarios), descubrí gozoso que no actualizaba El Cubil del Freak desde tiempos remotos. Tengo a bien alabar la vagancia en este nuevo articulillo dado que, por fortuna, pertenecemos a esa parte de la sociedad que puede estar ociosa, sintiéndose falsamente culpable del placer de no hacer nada o de dedicarse a cosas tan sumamente interesantes como jugar a la Play (en mi caso la Xbox 360) o comer castañas en una nublada y fría tarde de noviembre.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La novela pisciresca


¿Qué es eso de la novela pisciresca? Nada más sencillo que aquella novela picaresca adquirida en un lugar tan inusual para comprar literatura como una piscina.

Desde que por vez primera leí el Lazarillo de Tormes, que hoy por hoy es una de mis novelas favoritas, tengo una tremenda curiosidad, más bien devoción, por ese género que surge en el XVI gracias al susodicho clásico si bien se consolida debido a otros títulos como el monumental Guzmán de Alfarache, el Guitón Onofre, el Estebanillo González o el excelso Buscón quevedesco. Encontrar ediciones de las menos conocidas de las novelas de este género puede resultar tarea ardua, pero todos sabemos que la liebre siempre salta en los momentos más inesperados. Así las cosas, me llevé tremenda alegría cuando hallé, en una bibloteca de un lejano pueblo, con un ejemplar de la segunda parte del Lazarillo (evidentemente, no pude comprarla) o cuando me topé (y sí que pude comprarla) con una edición facsímil, en una librería de ejemplares de ocasión, de La hija de Celestina de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Pero, lo más inusual es lo que me ocurrió hace pocos días en una piscina de cuyo nombre no quiero acordarme.

La pícara Justina, novela del siglo XVII escrita por Francisco López de Úbeda, tardé mucho tiempo en leerla, pues resultaba difícil de adquirir, dado que, desde hacía años, no se había reeditado. Finalmente, pude satisfacer mi curiosidad gracias a un ejemplar algo deteriorado que tomé prestado de los fondos de la Biblioteca de Aragón. Pero hete aquí que, mientras disfrutaba hace pocas semanas de un día piscinesco, me dio por curiosear en un extraño cajón en donde se vendían libros de ocasión a muy muy muy bajo precio (esto es más raro que vender aspirinas en una carnicería y chuletas en la farmacia). Al parecer, se estaba expurgando la biblioteca de la piscina y, entre algunas de las joyas que quizás ya nadie lea, zas, ejemplar intacto de La pícara Justina que rápidamente compré. ¡Increíble!

domingo, 17 de agosto de 2008

Frontiere(s)


Hay palabras evocadoras. ¿Qué sería del ritual mágico sin la fuerza del término apropiado? Desde el más inocente espectáculo de ilusionismo hasta la más solemne liturgia religiosa necesitan de ese aliado maravilloso que es la palabra. Quizás movido por este principio me dispuse a ver el otro día una inédita película francesa bautizada en su lengua original como Frontiere(s). Imagino que la traducción de Frontiere(s) es Frontera, y desconozco el motivo por el que esa “s”, que supongo forma su plural, aparece entre paréntesis. Pero el título me atraía.

Me gustan las fronteras, pues a lo largo de nuestra vida siempre estamos atisbando las mismas, y traspasándolas… o no. Pero toda frontera parece unida a ese algo excitante de lo desconocido, de lo que hay más allá. Las fronteras parecen advertirnos de que no vayamos más allá, de que nos detengamos y, a la par, son como una irresistible invitación a descubrir lo que hay tras ellas. A lo largo de la vida, podemos quedarnos quietos, en el mismo lugar, esperando el final, o arriesgarnos a cruzar las fronteras. Toda buena película, como metáfora del intenso existir, como obra de arte inconformista, debe llevarnos al otro lado de la frontera y, en este sentido, funciona la excelente película de Xavier Gens, impactante título no apto para todos los públicos que nos sumerge en los abismos delirantes de lo abyecto, nos pasea por la cara oscura de esa cotidianeidad que tanto nos aterra abandonar, pues nos asusta aprender, conocer, vivir… Cruzar esas fronteras que nos rodean.

sábado, 16 de agosto de 2008

El caballero oscuro


Siendo yo pequeño fui de la mano de mi padre al hoy por hoy desaparecido cine Don Quijote para ver una película de las del estilo de Superman (versión con Christopher Reeve) y Spiderman (versión con Nicholas Hammond). Si la memoria no me falla, Batman (con Adam West en el papel del enmascarado héroe de Gotham) se produjo antes que el Superman con Reeve y el Spiderman con Hammond, aunque en nuestro país se estrenó a posteriori, en vista del éxito cosechado por la obra maestra de Richard Donner (Superman). Pero, como digo, puede ser que mi caótica mente recuerde el pasado de distinta manera. Sea como sea, sí que es cierto que, en aquel entonces, ir a ver una película basada en un personaje de tebeo resultaba algo tremendamente divertido. Superman, Spiderman y Batman eran tres películas de acción, sin más pretensión que entretener, aunque, hoy por hoy, la calidad del film de Richard Donner sea superior a la de los productos televisivos que adaptaban los personajes creados por Stan Lee y Bob Kane respectivamente. También me produjeron un gozo enorme el Supersonic Man de Juan Piquer Simón o incluso una extraña película, alquilada en un videoclub y en sistema Betamax, titulada El hombre leopardo (no el clásico de Tourneur, por supuesto). Todas aquellas películas, setenteras, no ambicionaban arrancar los elogios de la crítica sino distraer a las familias (sí, eran películas para todos los públicos). Algunas de ellas, no obstante, han pasado a la Historia del Cine como clásicos incontestables (las dos primeras entregas de Superman, por ejemplo), mientras que otras forman parte de ese maravilloso mundo de las películas de culto (¿alguien se acuerda de La masa, un hombre increíble, estrenada en nuestro también extinto cine Coliseo?).

Pero los tiempos cambian, y el cómic decidió dar una patina sombría a su personajística heroica. Al parecer, no era suficiente que Conan o las fantasías surgidas de la pluma de Bernie Wrightson, Richard Corben o nuestros Abulí y Bernet (y tantos otros) oscurecieran el brillante universo intrascendente de la historieta gráfica. Tenían que llegar Alan Moore y Dave Gibbons con su celebrado Watchmen, al parecer, uno de los títulos seminales de la tendencia, a la que se sumó el bueno de Batman, separándose de las directrices marcadas por Bob Kane. La película de Tim Burton, de finales de los 80, popularizó al personaje mucho más de lo que ya era y, muchos, quedamos admirados por su estética gótica, aplaudiendo la siniestralidad de una propuesta que, en aquel entonces, se degustaba reverso tenebroso del Superman de Donner. La película de Burton hizo además que los propietarios de las tiendas de cómic alegraran sus rostros, pues muchos chavales gastamos nuestras propinas en adquirir ejemplares de La broma asesina, The cult, El señor de la noche o incluso Batman contra depredador. Batman ya no era aquel tipo bonachón que se calzaba unos leotardos morados y una azulona máscara con capa y se liaba a mamporros contra el mal ayudado por su inseparable Robin y un buen montón de curiosos artefactos que, sin duda, hubieran despertado las envidias de James Bond. Ahora Batman lucía un aspecto demoniaco; su traje negro, lejos de la tela flexible ajustada, era una armadura que ya hubiera deseado para sí algún gurú de misa negra. Además, el antaño aventurero era ahora justiciero de la noche y antihéroe, a la par que sospechoso de esquizofrénico, paranoico y psicótico. ¡Ahí es nada! En el fondo, el Joker y el Pingüino estaban encantados, pues su eterno perseguidor era, más bien, compañero de fatigas (recuérdese el magistral final de La broma asesina).

No obstante, la película de Burton no incidía tanto en los aspectos más sombríos del personaje, más bien los insinuaba y permitía que la acción cinematográfica primara sobre aspectos psicológicos más propios de ensayo de Jung que de superproducción. El Batman de Burton optaba por un inteligente término medio que permitía desplegar sin problemas la impactante puesta en escena del genial artista. La inolvidable banda sonora de Danny Elfman y la magistral interpretación de Jack Nicholson eran aciertos que contribuían a hacer de la propuesta un título a retener, si bien, el paso de los años parece no haberlo beneficiado tanto como al Superman de Donner. Así las cosas, Christopher Nolan, quien comenzó su carrera tratando de obtener el calificativo de autor con Memento (aunque tiene en su anterior haber el interesantísimo mediometraje titulado Following) pareció reparar en el hecho de que, pasados algunos años no ya de las dos propuestas burtonianas sino incluso de los festivales multicolores (no tan desdeñables, por cierto) servidos por Joel Schumacher en Batman forever y Batman y Robin, era pertinente abordar de nuevo la creación de Bob Kane.

Christopher Nolan es un director que, a mi entender, se ha debatido siempre entre el cine de autor y el gran producto hecho para el gran público, un equilibrista que ha firmado películas magníficas como Insomnia o The prestige, y películas interesantes como su ya citada ópera prima y sus dos incursiones en los inhóspitos terrenos de Gotham City: Batman begins y El caballero oscuro. Lo que me sorprende es el hecho de que ésta última haya sido recibida por buena parte de la crítica como una obra maestra. De El caballero oscuro he leído opiniones de tal envergadura que reconozco que fui a verla con la saliva asomando a la comisura de mis labios. Y la película me gustó, aunque no tanto como para alzarla a los altares de la excelencia.

¿Qué me gustó?

1) El tratamiento que se le ha dado al personaje del Joker, impactante villano del que, en esta ocasión, no es necesario explicar minuciosamente sus orígenes. Viendo a Heath Ledger uno se olvida de la fantástica recreación de Jack Nicholson para la película de Tim Burton. Su Joker es tan válido y, a la par, distinto que aquél. Cada vez que Nolan decide montar una de sus secuencias, Ledger se convierte en el rey de la función y la película adquiere una inusual fuerza, sin la cual, posiblemente, hubiera hecho aguas. Las escenas del Joker son las más ingeniosas y mejor escritas de El caballero oscuro (repárese en la escena del interrogatorio), así las cosas, la secuencia del truco de magia y el lápiz siempre será recordada.

2) La aparición de Dos Caras. No me lo esperaba y me pareció uno de los más hábiles recursos del guión. Su aspecto siniestro me impactó tanto como el del Joker, un sorprendente detalle propio de película de George Romero que desvelará a más de un despistado niño.

3) La cantidad de actorazos, que siempre resultan gratos de ver, como Michael Caine, Morgan Freeman, Gary Oldman, Cillian Murphy o el mismo Christian Bale y que, lógicamente, aportan su granito de arena y mejoran ostensiblemente algunos de los pesarosos diálogos e incluso monólogos (repárese en el horroroso cierre de la película) de los que hace gala El caballero oscuro.

4) El aspecto estético, ya creado en Batman Begins, que se aparta de la película de Burton, siendo mucho más urbano y verosímil, aunque algunos momentos recuerden la Misión imposible de J.J. Abrams o los videojuegos de Metal Gear Solid.

5) La banda sonora, otro de los grandes aciertos (ya presente, y con similar uso, en la película precedente), con tanta personalidad como el magistral “score” compuesto por Elfman para las películas de Burton y que acompaña, al igual que como he dicho ya ocurría en Batman begins, todo el metraje, marcando su pausado ritmo y envolviendo la película en una atmósfera tan perturbadora como los sombríos recovecos en los que moran los vampiros.

¿Qué es lo que no me gustó?

1) La pretenciosidad y el exceso de ser una película que se toma a sí misma demasiado en serio. Todo esto quedaba mucho mejor disimulado en las películas de Tim Burton e incluso en Batman begins. Nolan es un autor que pretende agradar al gran público sin renunciar a sus ínfulas de artista, por lo que no consigue una película de plena distracción. Con El caballero oscuro parece haber perdido el equilibrio del que hacía gala en propuestas mucho más logradas como The prestige (a mi entender, su mejor película).


2) El guión resulta confuso y algunas escenas de acción son, cuan al menos, sonrojantes (obsérvese la escena en el aparcamiento, al comienzo de la película), mientras que otras están bastante bien resultas (aunque, a estas alturas…).

3) Parece que Nolan haya olvidado que el material del que parte es un cómic, sus intentos por trascender y servir algo que vaya más haya de lo superficial resultan redundantes y pesarosos; los discursos acerca de la ética, la ley, la enfermedadm la luz y la oscuridad son tan estériles como innecesarios. Mucho más jugosos y fructíferos eran los de algunas célebres historietas gráficas. En este sentido, Burton fue mucho más inteligente, la pincelada siempre es más elegante que el brochazo.

Creo que hubiera sido preferible que Nolan hubiera elaborado mejor algunas escenas de acción, que hubiera optado por una trama más simple y maniquea y que hubiera aligerado todavía más la duración de la película (y eso que, juiciosamente, la Warner obligó a Nolan a cortar media hora).

En resumidas cuentas, una buena película, pero no la genial obra maestra que esperaba (he llegado a leer que es una de las mejores películas de la década y la mejor película de “superhéroes” de todos los tiempos). A mi entender, estamos ante un título irregular, con aciertos sorprendentes, que pasará a formar parte de mi videoteca, pero en una estantería inferior a la que acoge las dos películas de Tim Burton y, por supuesto, muy por debajo de la del Superman de Richard Donner. ¿Quizás junto al Batman con Adam West?

miércoles, 30 de julio de 2008

Doomsday


Doomsday me devolvió a mi niñez, cuando la cartelera se plagaba de aquellas películas italianas, que solía distribuir José Frade, que imitaban los grandes éxitos del momento y que eran anunciadas con espectaculares carteles. Películas entre las que se encuentran auténticas obras de culto como Los guerreros del Bronx, She, Los nuevos bárbaros, Nueva York bajo el terror de los zombies o Ator el poderoso. Neil Marshall, sin duda, conoce perfectamente esta tradición maravillosa a la que rinde homenaje con algo más de presupuesto (tampoco excesivo). Así las cosas, Doomsday no es una película original (ni falta que hace) sino un popurrí de lugares comunes de los diversos subgenéros que Marshall entrecruza con habilidad. Mientras disfrutaba de ella, el pasado martes, en el cine Cervantes, cada plano me recordaba a películas que todos hemos visto: desde 1997: rescate en Nueva York hasta Amanecer de los muertos pasando por Mad Max 2. Pero, insisto, la película rezuma, sobre todo, el nostálgico sabor del fantástico a la italiana que tan popular fue a finales de los setenta y principios de los 80 (y que quizás no hemos visto todos).

Es posible que Doomsday no esté a la altura de The descendt (la película anterior de Marshall), pero da la sensación de ser un proyecto abordado con gran cariño, como esos momentos en los que evocamos aquellas experiencias que nos fueron muy gratas, y que la memoria tiende a mejorar. Así las cosas, la película se antoja sucesión de bellos recuerdos cinéfilos, hermoseados a través de las técnicas cinematográficas del siglo XXI, pero, sobre todo, a través del sentido homenaje y la devoción por el fantástico.

martes, 29 de julio de 2008

Mientras la ciudad duerme


Las vacaciones estivales están plagadas de esos lánguidos momentos en los que la mayoría de españoles tienen a bien echar la siesta. No me incluyo en tan selecto grupo en tanto en cuanto no soy muy dado al dormir, prefiero más la vigilia. Así las cosas, quienes no tenemos a bien viajar al paraíso de Orfeo, hemos de ingeniárnoslas para disfrutar de esas horas mágicas en las que, quizás debido al intenso calor, el común de los mortales se entrega al sueño. La lectura es una posibilidad, pero tengo que confesar (aunque sin arrepentimiento) que, durante la vacaciones peñiscolanas, me dediqué a atormentar zombies, entre otras cosas. Qué se le va a hacer, el videojuego es una maravillosa realidad paralela que me satisface más que el amodorramiento siesteril. Mi Xbox 360 (que la Play3 todavía está muy cara) es mi fiel compañera de viaje. Debido a mi afición por los muertos vivientes decidí comprarla: Dead rising, juego exclusivo del aparatito de Microsoft, es puro George Romero, aunque en la portada del juego, por evitar demandas, insistan en el hecho de que nada tiene que ver con Dawn of the dead (ja, ja, ja). Lo de estar en un centro comercial infestado (literalmente) de cadáveres andantes con una motosierra entre las manos es una maravillosa experiencia videojueguil que recomiendo fervientemente a todos los que seáis aficionados a este tipo de inmorales pasatiempos. Personalmente, sigo quedándome con la magistral saga de Resident evil, pero Dead rising ha sido todo un descubriendo y, aunque el juego tenga mucha más antigüedad que el reciente Alone in the dark (como la mítica primera parte, ninguna), supera con creces a éste. Lo más sorprendente de Dead rising es la incontable cantidad de personajes que aparecen en pantalla al mismo tiempo. Lo de internarse en el aparcamiento del centro comercial con una moto y tener que huir a pie, acechados por cientos de criaturas infernales, es uno de esos momentos que pone de los nervios a cualquiera (y eso que yo ya estoy curtido en lo del “survival horror”).

La única pega es que el juego, a fecha de hoy, es difícil de adquirir, aunque, si lo encontráis por fortuna en alguna tienda, os costará baratillo. ¡Una reedición ya de esta pequeña obra maestra!

A Roma no me puedo llevar la Xbox 360, pero en mi maleta ya ocupa un puesto de honor la popular novela de Manuel Loureiro: Apocalipsis Z. Seguro que durante esas horas de asueto, en el frescor del hotel, mientras la ciudad duerme, los zombies del escritor gallego amenizan mi velada. Ya lo dijo Poe: “Quien sueña de día conoce cosas que desconoce quien tan solo sueña de noche”.

jueves, 24 de julio de 2008

El camino del exceso


En Apuntes de Japón, Marc Bernabé explica que los habitantes del país del sol naciente gustan del turismo gastronómico. El japonés tiene a bien estimar el placer que le ocasiona la cocina del lugar al que viaja para quedar más o menos satisfecho. Incluso es habitual regresar a su país de origen con productos típicos de la región antes que con souvenirs para agradar a amigos y familiares. Sabio pueblo.

Lo del viaje programado y la madrugada para ver monumentos y museos no me seduce especialmente. Mis viajes vacacionales tienden a la tranquilidad. No es cuestión de revisar todos los recovecos sino de disfrutar de la vida. Así las cosas, si de Lisboa destacaría la tranquilidad de sus calles, amabilidad de sus gentes y la excelsa comida de Casa de Pasto (taberna típica sita en la calle Marques da Silva), de Roma puedo irme sin haber visto el Coliseo, pero no sin probar la pasta al “pesto”, la pizza romana y, de paso, un “capuccino” (aunque creo que tamaña bebida es típica de Sicilia).

Así las cosas, y volviendo al tema del articulillo anterior, las comidas y cenas peñiscolanas han sido de órdago. Si el adjetivo embellece al nombre, el buen yantar decora los mejores momentos. Paellicas, raciones de pulpo, fideuas y otras exquisiteces han adjetivado adecuadamente los largos paseos y los baños de arena y agua. El Mirador, El Jardín, Casa Dorotea y Vista al Mar son algunos de esos lugares, sitos en el casco histórico, que el turista no debe perderse. En la Avenida del Papa Luna recomiendo fervientemente Mr. Rabbit, aunque, a los amantes del colesterol (yo me confieso devoto) les invito a que tomen el coche y conduzcan hasta la encantadora ciudad de Vinaroz, adentrándose en la popularmente conocida como carretera de los Alemanes. Paren en el Tic-Tac y pidan, pidan, aun a riesgo de infarto. Ya lo dijo William Blake: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.”

lunes, 21 de julio de 2008

El contraste


De vuelta. Unos días en Zaragoza para descubrir, entre otras cosas, si la fortuna nos sonríe en una de esas infernales oposiciones a las que uno debe presentarse de vez en cuando. Por el momento, el asunto es tenso como película de Hitchcok, y de las más largas; pero no quiero aburrirles con devaneos laborales sino, hasta que huya a Roma, hablarles de experiencias diversas vividas en unos días de puro hedonismo en Peñíscola. Comenzaremos con el apasionante tema del “ponerse morena”, al que considero (dada mi visión distorsionada del mundo) sumamente femenino.

Lo de tomar el sol nunca ha sido de mi agrado, si bien, por cortesía hacia la dama, puedo exponer mi caucásico pellejo a los devastadores efectos de las lenguas de fuego del astro rey. Personalmente me gusta más el paraje sombrío, pero lo que se lleva es embadurnarse bien el cuerpo con potingues y tumbarse a la espera de que el buen sol nos tinte. A los que, como yo, no gusten de este tipo de torturillas y vayan a la costa con una pareja ambiciosa de moreno, les recomiendo la técnica de las dos toallas. En una, sita a la rica sombra, se colocan ustedes, y en la otra, la persona con la que compartan algo más que amistad (recuerden la maravillosa definición que daba Fernando Fernán Gómez de lo que era el amor en su Stop: novela de amor).

El tema del color cutáneo me parece sumamente interesante porque, dado que las muchachitas suelen llevar bikini, la exposición al sol ocasiona un maravilloso contraste cromático cuando deciden prescindir de ambas prendas para regocijo de nuestros ojos. ¿Qué es mejor, la uniformidad en el tono de la piel o que resplandezcan con su blancor esos pechitos y esos culitos que por pudor se cubren en públicos lugares? Yo me quedo con la segunda opción, pues es una forma de resaltar aquello que pertenece al maravilloso ámbito de lo obsceno. Ahora bien, mientras la chiquita de turno se tuesta en su toallita, pueden ustedes aprovechar la sombra para leer un libro o jugar con su consola portátil. En estos días he aprovechado para leer Brevísima relación de la destrucción de las Indias de fray Bartolomé de las Casas (una de esas lagunas que debía subsanar), Marina de Carlos Ruiz Zafón (prefiero los relatos de Clive Barker), y Sobre los deberes de mi admirado Marco Tulio Cicerón. Consola portátil todavía no tengo, pero todo se andará.

miércoles, 9 de julio de 2008

Vacaciones en Roma


Decidir el lugar al que ir de vacaciones es uno de los entretenimientos a los que uno puede dedicarse durante el largo periodo estival. Como si nos resultara pesaroso quedar en la ciudad que nos vio nacer, podemos acabar partiéndonos el cráneo por encontrar ese idílico viaje que luego narraremos a nuestras amistades con burguesa fascinación. En mi caso, encontrar destino tampoco suele costarme demasiado tiempo (en esto soy como en lo de comprar ropa, raudo como el rayo), pues lo que más grato me resulta siempre es la persona que me acompaña. A solas, puedo pasarlo francamente bien viendo mis peliculitas, leyendo mis libricos, escribiendo mis extravagantes historietas y noveluchas, jugando a mi flamante Xbox 360 (en breve caerá la PS3), leyendo algún que otro cómic, escuchando música o colgando entraditas en el blog de turno, pero ya dijo Dios que no es bueno que el hombre esté solo (e imagino que lo dijo en un sentido antropológico). Así que, dicho y hecho, este año toca emular a Gregory Peck y Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, aunque yo siempre he sido más devoto de la Roma de Fellini.

Cuna de la civilización latina, del Renacimiento y de la pizza, lo de Roma me apetecía (siempre que fuera bien acompañado) por darme de paso una vueltecilla por el Vaticano y por comprar la biografía de Lucio Fulci (si en algún sitio la he de encontrar…). Imagino que además de visitar el Coliseo, la Fontana de Trevi y otras lindezas, acabaré cargando la maleta con DVD de Dario Argento, Michele Soavi, Puppi Avati y otros maestros europeos del “cinema” fantástico. Ya se sabe que los que tendemos al “freakismo”…

Pero para que salga el vuelo quedan todavía largas semanas. Tras desestimar canarios y caribeños destinos, nos queda un impagable tiempo de ocio en este pedazo de piel de toro que es España. En breve, a la costa mediterránea a pasar unos días.

¡La vita è bella!

martes, 8 de julio de 2008

La llamada del fragor


¿Qué vida le espera a Ulises tras la Odisea? ¿Tras guerrear en Troya y viajar hasta Ítaca enfrentándose a Polifemo, al canto de las sirenas, a Circe? Todo héroe busca premio y reposo y, cuando lo alcanza, tras las más extraordinarias de las peripecias, el narrador decide silenciar los hechos, quizás porque son éstos de una cotidianidad pasmosa, como si su divulgación sirviera para equiparar al héroe con el resto de los mortales. ¿Acaso Ulises, en Ítaca, junto a Penélope, vio afectada su virilidad por alguna insufrible depresión fruto de la inacción? ¿Quizás su esposa, o algún amigo cercano, le mandó callar en alguna tertulia, cuando por enésima vez, añorando el sabor de la aventura, comenzó a referir sus hazañas? ¿En algún momento añoró a Circe, al ser eróticamente rechazado por su esposa, amparándose en esa manida excusa del dolor de cabeza o del cansancio?

Este tipo de reflexiones surgieron ayer de manera inesperada durante una conversación con mi amigo Miguel, una de esas personas a las que merece la pena conocer, pues siempre derrocha alegría y llana sabiduría. Miguel se gana la vida viendo pasar las horas en un cine, aunque, sagazmente, transforma esos ratos muertos en pura aventura, preparándose para opositar. Como tantos otros que hemos pasado por similar tesitura, ansía terminar su particular odisea, aunque sabe que, a posteriori, volverá a sentir la llamada del fragor. Ayer me dijo que lo mejor era siempre vivir en pleno combate y, posiblemente, tuviera razón. Cuando se llega al final del camino y se gira el rostro hacia el pasado, merece la pena saber que las líneas que conforman nuestra novela son intensas. El corazón de Ulises, antes del último latido, iluminará la noble belleza de sus acciones pretéritas, y la muerte le llegará al héroe con la satisfactoria sonrisa en el ya pálido gesto.

lunes, 7 de julio de 2008

El silencio y la victoria


El silencio del blanco papel antes de ser derrotado por la grafía. Y ese silencio abismal del espacio infinito, donde duermen las estrellas y los soles, y los dioses. El silencio eterno de la muerte, tras todo el ruido de la vida, y el silencio de la lágrima, que resbala lenta por la mejilla, tras los más dulces de los besos. El silencio de la enamorada mirada y del ojo asesino que contempla a su presa. Y luego el ruido del orgasmo y la canción del crimen. El silencio tenso de los que van a luchar, antes del fragor incontenible de la batalla, antes de ese ruido y esa furia que otorga toda victoria.

domingo, 6 de julio de 2008

No tenemos remedio


Hay quienes, como yo, no tenemos remedio, siempre acabamos volviendo a lo mismo, como el niño al que le gusta que le cuenten la misma historia antes de dormir. Da igual a quien tengamos al lado, aconsejándonos, cuando, por ejemplo, vamos a una tienda especializada a comprar cómic. Nuestros ojos siempre acaban fijándose en aquello que más nos gusta, a pesar de las advertencias de los que son más sabios. ¿A qué se deberá, por ejemplo, mi pasión por Jason Voorhees?

El otro día fui a comprar tebeos con mi amigo Fernando, que de ello entiende bastante, dispuesto a seguir sus indicaciones, pero, en cuanto vi la portada protagonizada por el asesino de la máscara de hockey, mis manos se abalanzaron sobre el ejemplar.

Gracias a Fernando (a quien conocí en el colegio, y que jamás conseguía aprobar asignatura alguna excepto la de Plástica, pues se pasaba las clases dibujando y leyendo tebeos a escondidillas) he descubierto obras impagables como Adolf, Monster o Gunm: Alita, ángel de combate. Él me ha explicado, en tertulias inolvidables, los entresijos del universo Marvel y algunos de sus encontronazos con los más grandes, pues este hombre de bien ha llegado incluso a compartir mesa con Stan Lee, Neal Adams, Esteban Maroto, Frank Miller o Fernando Ibáñez. Me sorprende que, con todo lo que sabe, Fernando no tenga su pequeño lugar en algún medio de comunicación, pero, sobre todo, me sorprende su sencillez, sinceridad y fidelidad a los amigos. A pesar de todo ello, no hubo manera. Salí de la tienda con el volumen que acaban de editar en España de Viernes 13, un ejemplar de Pesadilla en Elm Street y, ¡por fin!, el número 6 de Los muertos vivientes, la monumental obra a lo George A. Romero guionizada por el impagable Robert Kirkman y salvajemente dibujada por Charlie Adlard y Cliff Rathburn. Parece que el horror fílmico de los años 80 no solo vive un resurgir gracias a los típicos “remakes” sino que también lo hace a través de la historieta gráfica. Mientras los fans esperamos la nueva versión de Viernes 13 y el “remake” de Pesadilla, podemos consolarnos con estas curiosidades en viñeta, a todo color, muy ricas en escabrosos detalles explícitos.

Por otro lado, a quienes todavía no hayáis podido disfrutar de lo último de Romero, la magistral Diary of the dead, os recomiendo la susodicha saga de Kirkman, Adlard y Rathburn, en impactante blanco y negro.

Lo mejor vino cuando por la noche me enteré, gracias a otro amigo mío, de que han editado también el álbum de La matanza de Texas, que continúa las tropelías de la carnívora familia justo donde lo dejaba la versión cinematográfica de Marcus Nispel. Como esto siga así, Watchmen va a tener que esperar, y Fernando me acabará encorriendo con una motosierra entre las manos.

sábado, 5 de julio de 2008

Funny games


Tras unos cuantos meses dedicado a menesteres menos gratos y quizás menos fructíferos que, por ejemplo, escribir articulillos, he decidido pegarle el tiro de gracia a mi blog anterior (El Freaknéfilo) y abrir uno nuevo en este espacio cibernético: El cubil del freak. Como saben quienes leyeran mis febriles opiniones, en El Freaknéfilo me dedicaba a escribir acerca de cine, pero en este nuevo blog que comienza su andadura voy a tratar otros temas, si bien, dada mi afición, seguiré dedicando más de una línea a lo de las películas. De hecho, voy a comenzar hablando de mi visita, ayer, a los Renoirini, a ver Funny games, la nueva película de Michael Haneke, uno de mis directores europeos favoritos.

La versión anterior de esta película, de nacionalidad alemana, no se estrenó en nuestra ciudad, como viene siendo habitual. Quizás debido a la Expo y otros eventos carpetovetónicos de esos que, de golpe y plumazo, nos colocan a la vanguardia de las ciudades europeas, nos empieza a dar vergüenza lo de quedarnos a la cola y a partir de ahora vamos estrenando todo aquello que suele ofertarse en otras ciudades de nuestra amplia geografía. Pero, ¡no nos pongamos nerviosos! Poco a poco… De hecho, estuve disfrutando de esta genialidad de Haneke junto a, tan solo, una señora (y que no se llame nadie a engaño ni a perversa interpretación de lo que acabo de escribir). Al siguiente pase, mientras departía con mi amigo Sergio, acudieron los habituales de siempre (claro, quizás el resto de la ciudadanía se encontraba en lo de la Expo, aplaudiendo tomadurillas capilares como El hombre vertiente). Sí, ya sé que me dirán que la película de Haneke es prácticamente idéntica a su original alemán, pero, a pesar de ello, me sigue pareciendo mucho más innovadora y estimulante que lo que mis estupefactos ojos contemplaron en la tan cacareada exposición. ¿Todavía nadie se ha dado cuenta de la similitud que existe entre algunos de los extraños pabellones y ciertos barracones de feria? Por momentos, lo de la Expo me recordaba a una vieja atracción que había en el Tibidabo bautizada con el jugoso nombre de Tontilandia (no sé si la conocen) o la singular Casa Magnética de nuestro parque de atracciones. ¿Y qué me dicen de esa trasnochada burla dadaísta que te venden como espectáculo del Pabellón de la Sed? Y quizás sería mejor obviar lo de las Aguas Extremas, nombre de escatológicas resonancias para intento frustrado de emular el Imax o incluso el portaventurístico Sea Odyssey.

Lo dicho, yo me quedo con Haneke y sus ganas de ofender y provocar, de cuestionar y de reflexionar sobre la violencia como espectáculo a partir de los manidos códigos del mismo. Su Funny games U.S. es un perfecto film de horror extremo construido a partir de un previo e inteligente proceso deconstructivo. Quienes descubráis a Haneke tras esta su última película, no dudéis en recuperar títulos clave como Benny’s video, Código desconocido, La pianista o Caché. Mientras tanto, los mismos tontos de siempre, pues sé de buena tinta que lo están intentando, que aboguen por que retiren de cartel, dado que ha herido su sensibilidad (y no hay sensibilidad que valga más que la de ellos), la película de Haneke. Ya se sabe que los que gustamos de “pelis” violentas carecemos de humanidad, cultura y sentido de la estética, aunque quizás hagamos todo lo posible por satisfacer a ese compañero que tenemos al lado en vez de joderlo buscando nuestro beneficio personal. Existen muchos tipos de violencia, en ocasiones muy sutiles, pero hay quienes siguen y seguirán ciegos, encerrados en sí mismos, aunque siempre vivirán con la inquietud de que en cualquier momento alguien se vengue de sus ardides, penetrando despiadadamente en sus cómodos hogares.