jueves, 24 de julio de 2008

El camino del exceso


En Apuntes de Japón, Marc Bernabé explica que los habitantes del país del sol naciente gustan del turismo gastronómico. El japonés tiene a bien estimar el placer que le ocasiona la cocina del lugar al que viaja para quedar más o menos satisfecho. Incluso es habitual regresar a su país de origen con productos típicos de la región antes que con souvenirs para agradar a amigos y familiares. Sabio pueblo.

Lo del viaje programado y la madrugada para ver monumentos y museos no me seduce especialmente. Mis viajes vacacionales tienden a la tranquilidad. No es cuestión de revisar todos los recovecos sino de disfrutar de la vida. Así las cosas, si de Lisboa destacaría la tranquilidad de sus calles, amabilidad de sus gentes y la excelsa comida de Casa de Pasto (taberna típica sita en la calle Marques da Silva), de Roma puedo irme sin haber visto el Coliseo, pero no sin probar la pasta al “pesto”, la pizza romana y, de paso, un “capuccino” (aunque creo que tamaña bebida es típica de Sicilia).

Así las cosas, y volviendo al tema del articulillo anterior, las comidas y cenas peñiscolanas han sido de órdago. Si el adjetivo embellece al nombre, el buen yantar decora los mejores momentos. Paellicas, raciones de pulpo, fideuas y otras exquisiteces han adjetivado adecuadamente los largos paseos y los baños de arena y agua. El Mirador, El Jardín, Casa Dorotea y Vista al Mar son algunos de esos lugares, sitos en el casco histórico, que el turista no debe perderse. En la Avenida del Papa Luna recomiendo fervientemente Mr. Rabbit, aunque, a los amantes del colesterol (yo me confieso devoto) les invito a que tomen el coche y conduzcan hasta la encantadora ciudad de Vinaroz, adentrándose en la popularmente conocida como carretera de los Alemanes. Paren en el Tic-Tac y pidan, pidan, aun a riesgo de infarto. Ya lo dijo William Blake: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.”

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