martes, 8 de julio de 2008

La llamada del fragor


¿Qué vida le espera a Ulises tras la Odisea? ¿Tras guerrear en Troya y viajar hasta Ítaca enfrentándose a Polifemo, al canto de las sirenas, a Circe? Todo héroe busca premio y reposo y, cuando lo alcanza, tras las más extraordinarias de las peripecias, el narrador decide silenciar los hechos, quizás porque son éstos de una cotidianidad pasmosa, como si su divulgación sirviera para equiparar al héroe con el resto de los mortales. ¿Acaso Ulises, en Ítaca, junto a Penélope, vio afectada su virilidad por alguna insufrible depresión fruto de la inacción? ¿Quizás su esposa, o algún amigo cercano, le mandó callar en alguna tertulia, cuando por enésima vez, añorando el sabor de la aventura, comenzó a referir sus hazañas? ¿En algún momento añoró a Circe, al ser eróticamente rechazado por su esposa, amparándose en esa manida excusa del dolor de cabeza o del cansancio?

Este tipo de reflexiones surgieron ayer de manera inesperada durante una conversación con mi amigo Miguel, una de esas personas a las que merece la pena conocer, pues siempre derrocha alegría y llana sabiduría. Miguel se gana la vida viendo pasar las horas en un cine, aunque, sagazmente, transforma esos ratos muertos en pura aventura, preparándose para opositar. Como tantos otros que hemos pasado por similar tesitura, ansía terminar su particular odisea, aunque sabe que, a posteriori, volverá a sentir la llamada del fragor. Ayer me dijo que lo mejor era siempre vivir en pleno combate y, posiblemente, tuviera razón. Cuando se llega al final del camino y se gira el rostro hacia el pasado, merece la pena saber que las líneas que conforman nuestra novela son intensas. El corazón de Ulises, antes del último latido, iluminará la noble belleza de sus acciones pretéritas, y la muerte le llegará al héroe con la satisfactoria sonrisa en el ya pálido gesto.

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