lunes, 21 de julio de 2008

El contraste


De vuelta. Unos días en Zaragoza para descubrir, entre otras cosas, si la fortuna nos sonríe en una de esas infernales oposiciones a las que uno debe presentarse de vez en cuando. Por el momento, el asunto es tenso como película de Hitchcok, y de las más largas; pero no quiero aburrirles con devaneos laborales sino, hasta que huya a Roma, hablarles de experiencias diversas vividas en unos días de puro hedonismo en Peñíscola. Comenzaremos con el apasionante tema del “ponerse morena”, al que considero (dada mi visión distorsionada del mundo) sumamente femenino.

Lo de tomar el sol nunca ha sido de mi agrado, si bien, por cortesía hacia la dama, puedo exponer mi caucásico pellejo a los devastadores efectos de las lenguas de fuego del astro rey. Personalmente me gusta más el paraje sombrío, pero lo que se lleva es embadurnarse bien el cuerpo con potingues y tumbarse a la espera de que el buen sol nos tinte. A los que, como yo, no gusten de este tipo de torturillas y vayan a la costa con una pareja ambiciosa de moreno, les recomiendo la técnica de las dos toallas. En una, sita a la rica sombra, se colocan ustedes, y en la otra, la persona con la que compartan algo más que amistad (recuerden la maravillosa definición que daba Fernando Fernán Gómez de lo que era el amor en su Stop: novela de amor).

El tema del color cutáneo me parece sumamente interesante porque, dado que las muchachitas suelen llevar bikini, la exposición al sol ocasiona un maravilloso contraste cromático cuando deciden prescindir de ambas prendas para regocijo de nuestros ojos. ¿Qué es mejor, la uniformidad en el tono de la piel o que resplandezcan con su blancor esos pechitos y esos culitos que por pudor se cubren en públicos lugares? Yo me quedo con la segunda opción, pues es una forma de resaltar aquello que pertenece al maravilloso ámbito de lo obsceno. Ahora bien, mientras la chiquita de turno se tuesta en su toallita, pueden ustedes aprovechar la sombra para leer un libro o jugar con su consola portátil. En estos días he aprovechado para leer Brevísima relación de la destrucción de las Indias de fray Bartolomé de las Casas (una de esas lagunas que debía subsanar), Marina de Carlos Ruiz Zafón (prefiero los relatos de Clive Barker), y Sobre los deberes de mi admirado Marco Tulio Cicerón. Consola portátil todavía no tengo, pero todo se andará.

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